YO TUVE UN GIGANTE


Una vez tuve un gigante. Apareció de repente y de la nada. Y me di cuenta de que había llegado porque no cabía en ninguna parte. La primera vez que lo vi pensé que iba a ser un estorbo e intenté apartarlo. Pero cuando caí en que todo el mundo haría lo mismo, lo adopté. Era verano y, como todo el mundo sabe, en verano los gigantes no son un problema. Te pueden acompañar a todos los actos públicos y, como no caben en espacios cerrados, te esperan fuera. Dentro, todos comentan que "eres el del gigante" y te hacen preguntas curiosas e indiscretas. La más repetida: sus prestaciones. Yo no tenía muy clara la respuesta porque, la verdad, un poco aparatoso sí que era. Pero también era sensible y cariñoso, y a su lado sentía que no tenía nada que temer.

Pronto llegó el invierno. El frío se instaló en todos y cada uno de los grandes huesos de mi gigante provocándole tremendos reumas e incomodidades. Él quería seguir acompañándome, pero ya no le gustaba esperarme fuera. Quise abrigarle, pero no encontré ropa de su talla. Pensé entonces en cubrirle con mantas y edredones, pero entre todos mis conocidos no reunimos suficientes. Y cuando estaba pensando en contratar a un sastre para hacerle trajes a medida, mi gigante, sin más, desapareció.

Yo he seguido buscando sastres capaces de confeccionar ropa adecuada para mi gigante y, ahora, años después de que se fuera, por fin he localizado a una modista que hace trajes de gigante por encargo. Le he pedido tres: dos de quita y pon y un tercero para los domingos. Sólo espero que vuelva mi gigante para tomarle talla.


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