LA CUCHARADITA

Si te tomas la cucharadita, le había dicho mamá.

Y no se la tomó, porque llevaba toda la semana siendo buena, ayudando en la casa y en el campo, repasando la tabla del 3 y tomándose la cucharadita, y todo con el único propósito de conseguir su premio: saborear el chupa-chups que el tío Fele le traía cada sábado de la ciudad. Y no se la tomó porque mamá no entendía que, tras la cucharadita, todo sabría a rancio y a podrido, incluido su delicioso chupa-chups. Muy bien, ¿no la quieres?, le dijo mamá. Pues si no comprendes el valor de las cosas ni el esfuerzo que hay detrás de ellas, yo te lo voy a enseñar. Y la mandó a la cocina, con la abuela, a cocer y a prensar hígados de bacalao.

El tío Fele llegó pronto aquel sábado (papá aún araba el campo). Traía el talego lleno de pan de leña, de chorizos, de habichuelas. Tras vaciarlo sobre la mesa, llamó a María. ¿Pero a qué demonios hueles? María se encogió de hombros. ¿Cómo va la tabla del 3? La niña empezó a cantar, tres por una tres, tres por dos seis, tres por tres nueve,… sin equivocarse ni una sola vez. ¿Has ayudado en casa? Sí, tío Fele. ¿Y te has portado bien? Sí, tío Fele, muy bien. Pues entonces… El tío Fele colocó su mano derecha en la oreja izquierda de María y extrajo de ella, o eso le pareció a la niña, un chupa-chups. Para después de comer, ¿eh? Mamá que lo vio, saltó como impulsada por un resorte y le dio un manotazo al chupa-chups, lanzándolo hasta la puerta. ¡Ah, no, ni hablar! Está castigada, que te cuente por qué. Y algo pudrió los ojos de María.

Fele se dirigió hacia la puerta, pero hombre, Adela, para una alegría que tiene la cría a la semana, y se agachó para coger el chupa-chups en el mismo momento en que papá entró y lo pisó con sus enormes botas. María gritó ¡No! Mamá la contuvo. ¡Niña, no seas boba! La próxima semana habrá más. Bueno, dijo el tío Fele, si te aprendes la tabla del 4, ayudas a mamá y a papá… ¡Y si se toma la cucharadita!, añadió mamá. Después todos se lavaron las manos, se sentaron y bendijeron la mesa.