MUJER SOBRE CABLE DE ACERO

Del libro Tejer a pluma
Varios autores / 1ª edición 2014
Coordinado por Isabel Cañelles
Imágenes: José Manuel Romera de Landa




A mi “tropa de trapo” 
A Mamaía 


El caso es que, al doblar la esquina, un diablo de polvo me agitó la falda y todo empezó a oler a algodón de azúcar. Y me dio por pensar que alguien, en aquel momento, podría estar paseando sobre mi cabeza por un cable de acero. Cerré los ojos, conté hasta tres, miré hacia arriba. Y al abrir los ojos de nuevo, allí estaba aquella mujer, barra de equilibrio en mano.
Al verla, recordé que, hacía muchos años, me habían advertido que, cuando menos lo esperas, la vida te sorprende tendiendo un cable de acero entre dos tejados.  Y que, cuando el aire trae olor a azúcar, hay alguien muy cerca dispuesto a intentar curzarlo. También había oído decir que, como era tan raro encontrar un acróbata espontáneo, cuando ocurría, la gente acababa arremolinándose en la calle para no perdérselo. Y para aplaudir al héroe o heroína si se daba el caso. Y para imaginarse en su lugar.
Ya no tendrían que volver a contármelo.
Yo misma vi cómo conductores y peatones se detenían a contemplar la hazaña. Y cómo la calle se llenaba de los fotógrafos y las cámaras de televisión que retransmitirían  la proeza al resto del mundo. Y vi a aquella mujer sobre el cable de acero que, a pasos cortos, colocando los pies en la postura precisa, intentaba cruzar, por encima de nuestras cabezas, de uno a otro lado. 
«El truco consiste en desearlo sin dudar», supe que habría contestado si le hubieran preguntado. Pero ella, casi a mitad de camino, titubeó. Y yo contuve la respiración hasta que la mujer, temblorosa, volvió como pudo a la azotea de partida.

             Abajo, la vida aprovechó la conmoción general para reiniciar la marabunta. Y, justo antes de que me atrapara en su consistencia viscosa, miré al cable de acero por última vez. Con la falda aún agitada por el diablo de polvo, volví a respirar aquel dulce, seductor olor a algodón de azúcar que, sin duda, bajaba de la azotea. Y me dejé guiar por él, convencida de que no bastaba con desearlo. Había que estar dispuesta a conseguirlo.

Comentarios